Una noche felina [libre]

Hacía un rato que había anochecido. Debían pasar yauna de la mañana, y hacía tempo que el castillo se encontraba a oscuras.
Había logrado escabullirme, para llegar hasta los terrenos. Una vez allí, caminando lentamente, pues no me atrevía a utilizar un lumos para iluminar el camino que la noche sin luna mantenía oculto.
Llegué hasta la linde del bosque prohibido, y asegurándome de que no había nadie al rededor, me desnudé. Algunos animagos tenían suerte de transformrse en criaturas pequeñas, de tal forma que si se transformaban bruscamente, sus ropas no sufría ningún daño. Por el contrario, en mi caso era bien dificil.
Guardé mi ropa, cuidadosamente doblada, bajo unos matorrales y me transformé.
Me encantaba adoptar mi forma animal, hacía que me sintiera libre.

Me adentré en el bosque prohibido, caminando con mi silencioso andar felino. Ya llevaba una temporada explorando el bosque así, aprovechando mi animagia.

Spoiler:

Mi agudo oido felino me permitió detectar un cercano trote. Me detuve en seco y mi giré, en busca del origen del sonido. A juzgar por lo que acababa de oir, supuse que se trataría de algún centauro, o un hipogrifo, alguna criatura con patas de caballo.
Busqué aquella criatura, avanzando agazapada, como un león que no quiere ser visto por su presa. Gracias a mi visión nocturna, logré encontrar el origen del sonido. De no ser porque la expresividad de mi rostro se veía altamente mermada cuando adaptaba mi forma animaga, estaba segura de que se me habría quedado la boca abierta.
Ante mí tenía un caballo alado, una criatura que no solía habitar estos bosques.

No pude contener la curiosidad, que, como bien dicen, mató al gato. Avancé entre la espesura hasta salir al claro en el que aquella criatura se encontraba, y me paré frente a ella, observándola.